EL PLACER DE LA INDIFERENCIA
Que el pueblo colombiano sea calificado como el más feliz del mundo no es gracias a su bienestar, sino a su insoportable capacidad para la apatía y la indiferencia. Once colombianos son vilmente asesinados después de seis desesperados años de secuestro, y el país esa noche celebra frente a un balón, o baila y bebe durante todo el fin de semana siguiente.
El mayor enemigo de la vida no es la muerte, sino la indiferencia, decía Elie Wiesel, premio Nobel de Paz y víctima del holocausto judío. Siete millones de seres humanos asesinados, no solamente por la crueldad de Adolf Hitler, sino gracias a la aprobación silenciosa de millones de alemanes incapaces de adoptar una posición crítica ante semejante genocidio.
Que los expertos en comportamiento humano respondan: ¿estamos retrocediendo hacia la ley de la selva, al sálvese quien pueda? ¿O participamos de la moderna ola mediática, en la que resulta más real el drama del personaje de la telenovela -que conocemos desde hace un año desde la intimidad de nuestras sábanas- que la sangre de verdad derramada en un pueblo que no conocemos, perteneciente a una gente que nunca habíamos visto antes?
Sea cual fuere la respuesta, no hay nada más cruel y cómplice que el silencio. Silencio que recogen los delincuentes en su cínico andar, para utilizarlo como apoyo popular.
Y para los pocos que hablan, es fácil culpar a las cabezas visibles, al gobierno. Pero recordemos que los delincuentes vienen secuestrando desde hace más de 10 gobiernos. Gobiernos que han cedido territorio, que han hablado de paz, que han liberado prisioneros, que han llevado a sus soldados a la guerra. Pero nada ha servido. Nada servirá mientras exista la posibilidad de estos criminales de reclutar jóvenes perdidos de oportunidades o que escapan del maltrato, y financiados con uno de los negocios más lucrativos del planeta.
Dejemos de hablar con guantes de seda. Enfrentemos lo real: somos un pueblo pobre al que le llegó la posibilidad del dinero fácil. Un campesino que no logra sacar su cosecha y se muere de hambre descubre el arbusto que se vende bien. Un joven maltratado en su casa en un pueblo donde nunca ha oído hablar del Bienestar Familiar acepta cualquier oferta que le permita salir de su infierno, y la única que recibe viene del monte. Funcionarios corruptos, soldados y policías sin retribución a su honestidad que caen fácil ante los billetes verdes que los sacan de su inexistencia. Dinero, dinero, dinero.
Ya no hay guerrillas. Ahora son comandos de protección de los canales de salida de la preciada droga. En camino a países donde los jóvenes no saben qué hacer con su cómoda vida y pagan lo que sea para sentirse mejor con un poco de polvo en sus narices.
Gobiernos lejanos, organizaciones oscuras que hablan lenguas extrañas, llegan a El Dorado como los buitres llegan a los lugares donde huele a muerte, para vender armamento a estos grupos con las manos untadas de la sangre del secuestro y del comercio ilegal de la droga. Corrupción en los controles del norte.
El problema es mucho más grande, señores de la paz, promotores del acuerdo humanitario, organizaciones internacionales en Ginebra. El problema se llama dinero y pobreza, y ausencia de ética. Claudia Rueda.
La sociedad colombiana está en deuda de demostrar, ante cada uno de sus hijos, y ante el mundo entero, que tragedias como la muerte de los 11 diputados secuestrados por las Farc no pueden pasar en vano y menos convertirse en parte de nuestra cotidianidad, como algo connatural al absurdo conflicto interno que nos desangra.
Colombia tiene que ponerse de pie y salir a las calles a rechazar el secuestro y exigir a las Farc, y a los demás grupos ilegales armados, la liberación de todos los secuestrados y la entrega de los cadáveres de los diputados, sin dilaciones ni condicionamientos.
Ojalá esta reacción hubiese sido espontánea y masiva tan pronto se supo de la muerte de los diputados, como ocurre en otros países, ante asuntos de menor dimensión, pero no fue así. Que sea ahora como respuesta a una convocatoria de las autoridades locales es también importante en la medida en que ellas identifican que hay un vacío en nuestra sociedad y un sentimiento que necesita ser canalizado mediante un liderazgo positivo de nuestros gobernantes, como en el pasado lo han hecho otras entidades civiles y organizaciones sociales, que han procurado despertar a los colombianos de este lastimoso letargo.
Frente a hechos tan graves para la vida de una nación como la muerte en cautiverio de 11 personas, que fueron apartadas del afecto de sus familias desde hace cinco años, es triste constatar que el país ni se conmueve ni se mueve y que salvo muestras aisladas de dolor y pruebas de solidaridad de algunos colombianos, particularmente de quienes han estado más cerca de este drama, las reacciones han sido más bien tímidas y en algunos casos de palpable indiferencia. Como por ejemplo, que a los jugadores de nuestra Selección, ni a sus directivos, se les ocurriera portar en su pecho o en su hombro una señal de duelo, al tener que jugar el mismo día en que Colombia amaneció de luto al conocerse la noticia sobre tan infausto suceso. Otros siguieron con sus fiestas, pero es destacable que la revista Semana cancelara, por respeto a ese dolor, la celebración de sus 25 años.
Pese al repudio a la crueldad terrorista, ahora como en el pasado, el país ha continuado su curso como si la insensibilidad frente al dolor hiciera ya parte de un cuerpo social anestesiado, pero vale la pena resaltar que en múltiples ocasiones, numerosas organizaciones sociales han impulsado iniciativas para sembrar el germen de la solidaridad y contribuir a la construcción de la paz en Colombia, aunque no pueda hablarse de una acción permanente en el tiempo y de tal manera articulada que se sienta como una fuerza realmente importante para el logro de estos objetivos. Baste recordar las 40 marchas del No Más, contra el secuestro, en 1999, que movilizaron más de 12 millones de personas o el propio Mandato Ciudadano por la Paz que puso en las urnas 10 millones de votos.
Hemos escuchado las voces solidarias de las principales autoridades mundiales, de organismos multilaterales, de los máximos jerarcas de la Iglesia, que coinciden en exigir a las Farc la liberación de todos los secuestrados. Que seamos ahora los ciudadanos los que salgamos a la calle mañana y participemos en la marcha convocada por la Alcaldía y la Gobernación, para unirnos al dolor de 11 familias cuyos seres queridos fueron sacrificados y al de las otras 45 familias que temen que los suyos terminen igual, en la selva.
Editorial de El Colombiano.
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