SICARIOS INFANTILES
Un niño colombiano de 13 años eliminó a tres en su primer "trabajo", entre ellos a un jefe criminal y a una anciana que
estaba de "sapada". Es el principal sicario de una temida organización delictiva. Con pasmosa sangre fría, el menor llegó hasta
la casa de "Tom". Esperó pacientemente a que saliera y cuando ello sucedió, sin mediar palabra alguna lo asesinó de siete
disparos. Uno de los hombres de confianza de "Tom", Jesús Loaiza, alias "Tungo", intentó repeler el ataque, pero también
fue acribillado. Con la pistola aún humeante, JC se percató de una anciana que había visto el crimen y, además, su rostro.
Tampoco dudó un segundo en dispararle cinco tiros. Después, enfundó el arma y salió caminando lentamente en medio de los
desconcertados lugartenientes de "Tom" que no podían creer lo que veían. Y no era para menos. JC, el sicario que acababa
de eliminar a uno de los más peligrosos delincuentes de Pereira, era un niño de tan sólo 13 años (...). Tres menores de entre
8 y 12 años fueron arrestados por la Policía colombiana el último viernes luego de lanzar una granada que afortunadamente no
explosionó en el barrio de Buenaventura. Al día siguiente los "baby sicarios" fueron entregados a sus familias, según informó
El diario "El Tiempo" de Bogotá. La llamada de un vecino que los vio cuando arrojaban el explosivo contra una vivienda
permitió su captura, dijo la Policía que agregó que los muchachitos estaban siendo usados por las FARC en Buenaventura.
"e están aprovechando de los niños para cometer sus actos terroristas. Les ofrecen 20.000 ó 25.000 pesos (10 dólares)
para que lancen granadas y causen más daño a la ciudad" dijo el coronel Jaime Gutiérrez, comandante de la Policía Valle.
Más información
ESCLAVAS SEXUALES
Documentos y fotos encontrados en computadores de las FARC demuestran que la guerrilla no tiene límites al abusar de
las niñas colombianas. Dos computadores que están en manos de la Fiscalía, y que fueron decomisados a cabecillas de
las FARC después de combates en la Costa y Antioquia, demuestran no sólo que el reclutamiento de menores es muy alto,
sino que los niños son sometidos a tratos crueles. Un crimen de lesa humanidad que no es nuevo en Colombia, pero que
los grupos armados minimizan con cinismo. La peor parte la llevan las niñas, que además son mancilladas en todo lo
relativo a la sexualidad. En estos computadores los propios jefes de los frentes 58 y 35 narran los castigos que les
hacen a las pequeñas. Hay decenas de hojas de vida de menores, con anotaciones detalladas sobre sus historias antes
y después de ingresar a la guerrilla. Sin ningún recato anotan los vejámenes a los que son sometidas. Por perder una
gorra, una niña de 16 años fue obligada a ir a la montaña y traer al hombro 150 viajes de leña. Otra, estuvo amarrada
durante dos días por robarse una panela, y una bolsa de leche. Por decir una mentira, una pequeña tuvo que cargar 20
viajes de leña, 20 bultos de arena y cavar 15 metros de trinchera. Otra niña, de 14 años, fue duramente sancionada
porque tuvo miedo de permanecer en la guardia. Como si la montaña inhóspita, oscura, y el horror de la guerra no
fueran suficiente tormento para una mente infantil. Los castigos también incluyen cargar el hacha en largas marchas,
brillar las ollas, o andar desarmados. Además, son sometidos, como todos los guerrilleros adultos, al escarnio público
en consejos de guerra. Todo lo que para un adolescente es normal dentro de las filas guerrilleras es un delito que se
castiga duramente. Más información.
RELATO DE UNA NIÑA
Con su pierna derecha mutilada por una bomba, la menor aprovechó que sus compañeros la dejaron en una casa para que
se recuperara y se les escapó. "Cuando cumplí 10 años empezaron a buscarme. Nací en esta región, vivía con mi mamá y
mis hermanos y asistía a la escuela, pero a esa edad los guerrilleros comenzaron a decirme que me fuera con ellos, que allá
me iban a dar de todo (...). Cuando uno está pequeño es fácil que cualquiera lo engañe. Cada domingo que bajaban al pueblo,
como mi mamá tenía un negocio, ellos me insistían que me fuera, que allá se pasaba bien, que era mejor irme con ellos que
estar por ahí trabajando. Mi mamá sufría y me repetía que no me fuera a ir, que eso pagaban muy mal. Pero yo estaba confundida.
Cuando cumplí los 12 años exacticos volvieron por mí. Como mi
mamá se había ido a trabajar a otro lado, aproveché y me fui con ellos.
Lo que más duro me dio fue el baño porque después de tres semanas de pasar por casas y veredas, donde se podía entrar a
bañarse y hacer necesidades en los sanitarios, tocó empezar a hacerlo en el monte: abrir el huequito y taparlo con hojas y
a veces quedarse sin papel higiénico... ¿Se imagina?
También fue duro la bañada, porque tocaba en los caños, a veces delante de todos. Mi casa no era un lujo, pero por lo
menos tenía condiciones dignas. En el monte no se puede eso.
A los cinco meses me arrepentí, pero ya no me podía salir. Además a mi mamá ya le habían dicho que yo estaba muerta,
que me habían matado. Como pasó con mi prima que se fue de miliciana bolivariana y cuando intentó volarse, la cogieron,
le hicieron consejo de guerra y luego la mataron.
Me dieron uniforme, morral y empecé la travesía por el Guayabero, luego La Punta y La Pista, en el sur del Meta.
Quiero olvidarme de lo que pasé. Como el combate en Morro Pelao, para el lado del Guayabero, donde me tocó "morteriar"
(disparar mortero). Esa balacera fue tremenda. Así que si salían los soldados a cogerme, me tocaba dejarme coger porque
no tenía nada más con qué defenderme. Además siempre me dio mucho miedo disparar (...). Pedí que me dejaran hablar con el comandante porque necesitaba útiles de aseo y ropa. No me lo permitieron. Como no regresaron, un compañero, que también estaba herido, y yo decidimos desertar.
Lo hicimos cuando supimos que el Ejército había entrado a La Julia. Nos entregamos el 20 de julio.
Fue con mucho miedo porque varias veces nos advirtieron que lo único que no podíamos hacer era dejarnos coger vivos o
entregarnos a los militares, porque con las mujeres, lo primero que hacían era violarnos y torturarnos, que nos atravesaban
con un palo y luego nos mataban (...).
Ahora mi sueño es que me ayuden a conseguir mi piernita, para poder caminar otra vez.
Después quiero estudiar el bachillerato y luego enfermería, porque me gusta mucho y en la guerrilla me tocó hacer tres cursos.
Estos días he estado aquí en la base y los soldados me ayudan para ir al baño o para moverme y un general me regaló las muletas. He pensado en mis compañeros que siguen en las filas y me gustaría que en un descuido pusieran la emisora del Ejército, para que escuchen a los compañeros que se han entregado...
Quiero olvidarme de todo. Eso ya pasó. Ya no voy a estar cerca de las armas. Eso me dijeron los soldados".
Jineth Bedoya Lima.
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