BOLÍVAR EL LIBERTADOR DE AMÉRICA
GRAN CANARIA EN LA VIDA DE SIMÓN BOLÍVAR
MIRANDA PRECURSOR DE LA INDEPENDENCIA
PROTOLÍDER DE LA INDEPENDENCIA
INDEPENDENCIA HISPANOAMERICANA
DISCUTIDOS RESTOS DE BOLÍVAR EN CARACAS
MANUELITA SAENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR
QUINTA DE SAN PEDRO ALEJANDRINO
SEMBLANZA DE SIMÓN BOLÍVAR "EL LIBERTADOR"
Por Rafael J. Sánchez Armas
Quiero escribirlo en versos
y asentarlo con orgullo,
por ser tierra de embelesos
que ha hecho valer lo suyo.
Raza de gente bravía
que sabe tender la mano
y responder noche y día…,
¡¡Como buen venezolano!!
Cuna de gente gloriosa,
Miranda y Páez el Llanero,
y como si poca cosa
Sucre y Negro Primero.
También nos dio a Félix Ribas,
hombre de temple y honor,
y para evitar disyuntivas…,
Bolívar… ¡¡Libertador!!
(Bruno Renna)
La independencia de América
del Norte y la Revolución Francesa generaron entre los terratenientes criollos
la idea de la emancipación de Hispanoamérica. Pero no fue hasta la ocupación
francesa de la Madre Patria cuando se hizo realidad la insurrección de América
del Sur. En Venezuela prendió muy pronto el deseo de independencia. Francisco
de Miranda Rodríguez y Simón Bolívar Palacios son dos protagonistas por
excelencia no sólo de la rebeldía venezolana, sino del resto de Hispanoamérica.
La educación de Bolívar, huérfano desde niño, quedó en manos de Simón Carreño
Rodríguez, secretario del abuelo materno del Libertador de América. Lector
empedernido y amante de las matemáticas, dejó de estudiar para convertirse en
la réplica de "Robinson Crusoe" siguiendo los planes de Carreño.
Ambos dejaron la casa de Caracas y tomaron posesión de la encomienda de San
Mateo (una finca de esclavos donada por la monarquía española a un antepasado
vasco de Bolívar). Muchas hectáreas de terreno, mil siervos y todo el tiempo
libre para disfrutar de la exuberante naturaleza. Durante cinco años, Carreño
imbuyó a Bolívar la idea del hombre iletrado, pero feliz, vigoroso, romántico.
Dormían en cama dura y madrugaban para bañarse en las frías aguas del río.
Bolívar se convirtió en un consumado jinete. El preceptor de Bolívar
consideraba la educación clásica como una herramienta al servicio del Estado y
la Iglesia, pero Simón Carreño Rodríguez (cuyo libro de cabecera había sido
escrito por Daniel Defoe, paradójicamente defensor del hombre feliz, vigoroso,
romántico, cuando en realidad se trataba de un agente secreto de la reina Ana
de Inglaterra, "un mercenario de la literatura, un charlatán de la
revolución, un falso predicador de virtudes", como lo han calificado
algunos historiadores) suspendió repentinamente la tutela de Bolívar. La
detención de varios compañeros insurrectos contra España le obligó a huir de
Venezuela. Un año después, Bolívar partió hacia la metrópoli reclamado por dos
hermanos de la madre. Contaba dieciséis años cuando llegó a la villa y corte.
Mientras duró su estancia en Madrid (hubo de marcharse precipitadamente tras
desenvainar la espada delante de un militar realista, contrario a los
"sudacas" de la época), Bolívar descubrió el ocaso de la sociedad
española. Motines revolucionarios en El Escorial, Barcelona, Aranjuez; oleadas
de mendigos y vagabundos en las ciudades; miseria en el campo; bandolerismo en las
montañas. Las riquezas expoliadas por los españoles en América no habían
servido para iniciar el proceso de industrialización en España, sino para uso y
derroche de la monarquía, la Iglesia, los caballeros hidalgos. Sólo Cádiz y
Barcelona brillaban en medio del páramo. Bolívar no sólo descubrió las obras de
Voltaire, Locke o Montesquieu en casa del marqués de Ustáriz; también el arte
de tratar a la nobleza. Carlos III, feo como un demonio, no sólo dio a la
Humanidad un hijo tullido de la sesera, sino también a un mequetrefe coronado
por un enjambre de mutuos adulterios conyugales. Aunque ningún historiador ha
podido demostrar si Bolívar también saboreó las mieles de la fogosa María Luisa
de Parma, amante de Manuel de Godoy y Álvarez de Faria y reina consorte del
calzonazos Carlos IV, no hay duda sobre las citas furtivas de la gran dama y un
amigo del marqués de Ustáriz. ¡¡Qué dinastía más truculenta!! Después de la
acusación hecha por la reina de Nápoles a Fernando VII (le dijo impotente),
María Luisa de Parma salió en defensa de su vástago llamando guarra, pelandusca
y víbora a María Luisa de Borbón, esposa de Fernando VII el Deseado (un mote
inventado por Godoy para hacer frente a la descomposición de la monarquía) e
hija de la reina de Nápoles. Según los papeles de la historia, los problemas de
María Luisa de Borbón y Fernando VII el Flojo surgieron nada más verse.
"Casi me desmayo", confesó ella más tarde. "Por fotografía, me
pareció feo de verdad, pero cuando lo vi en persona eché de menos la fotografía".
Semejante barahunda no sólo metió a España en guerra contra todos sus vecinos,
sino que convirtió las colonias americanas en un reguero de salvajismo para
evitar su Independencia.
Bolívar siguió viaje por Europa: Londres, París,
Roma, en compañía del bohemio Simón Carreño Rodríguez. Sólo volvió a Madrid
para contraer matrimonio con María Teresa Rodríguez del Toro y después regresar
a Venezuela. Un año duró el matrimonio por la repentina muerte de María Teresa.
Desolado, partió de nuevo hacia Europa. Siempre recordó el amor de la efímera
consorte, pero en su vida hubo numerosas mujeres, en Caracas, en Cartagena de
Indias, en Lima. En Jamaica, cuando los españoles pagaron a un mercenario para
matarlo, salvó la vida gracias a haber pernoctado aquella noche en la cama de
una negra de Kingston (murió un amigo en su lugar). Pero Fanny quizá sea la
mujer quien le dio la oportunidad de forjar su idea libertadora. En París,
Fanny Louise de Trobiand de Kereden Aristeguieta, esposa del conde Derviueu de
Villars, aparte de dulcificar la prematura viudedad de Bolívar, le presentó al
barón Alexander von Humboldt, científico, diplomático y consejero de Thomas
Jefferson. Bolívar y Humboldt hablaron sobre la expedición americana hecha por
el autor de El origen de las especies; su extraordinario conocimiento de
la vida política y económica de América del Sur. "Las colonias españolas
están maduras para la independencia, pero no veo a nadie capaz de coger el
timón", respondió Humboldt a una pregunta de su interlocutor. Bolívar y
Simón Carreño Rodríguez prosiguieron viaje hacia Italia. En Roma, presenciaron
la segunda coronación de Napoleón. Durante cuatro años, el Libertador de
América siguió trotando lejos de Venezuela.
Hispanoamérica, emporio de riquezas (a finales del siglo XVIII, las exportaciones a la metrópoli quintuplicaban las importaciones), despertó en la oligarquía criolla la necesidad de independizarse de la Madre Patria. El conde de Arana Pedro Pablo Albarca de Bolea ideó la Federación Hispanoamericana para contener dicha eventualidad, pero su proyecto no se tuvo en cuenta. Venezuela, sin oro ni plata, estaba desatendida por la corona española (Caracas no tuvo universidad hasta finales de la colonización). Los españoles copaban el mando del Ejército, la Iglesia y los principales cargos en la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas (encargada del monopolio del cacao y la gestión financiera de la colonia). Los terratenientes criollos, aunque más ricos, estaban postergados en categoría. Después iban los comerciantes (de origen canario fundamentalmente), artesanos, llaneros (pastores trashumantes), campesinos, indios. Los esclavos negros completaban la población de Venezuela (Felipe V, después de reprimir sangrientamente los derechos confederados de Cataluña, probó fortuna en el mundo de los negocios; tuvo mucha suerte en el comercio de esclavos hacia Venezuela). Los negros sustituyeron a los indios como mano de obra en las plantaciones de los terratenientes criollos porque los indios, aunque en avanzado estado de "civilización cristiana" (gracias a los jesuitas) no reunían grandes requisitos de mansedumbre. La secular explotación de los negros venezolanos quizá sea la clave para comprender su fácil reclutamiento posterior como guerrilleros al servicio de los enemigos de la Independencia.
Estando Bolívar de vuelta en Caracas, el rey Carlos IV abdicó en "Pepe Botella", como iba a ser conocido en España el hermano de Napoléon, coronado con el nombre de José I Bonaparte. La ocupación de la metrópoli por parte de las tropas francesas originó la insurrección criolla en América. En Venezuela, la rebeldía prendió de inmediato entre los descendientes hispanos adinerados, contrariamente a lo sucedido en México, donde la revolución estuvo encabezada por dos hombres comprometidos en la liberación de los indios: Miguel Hidalgo Costilla y José María Morelos y Pavón. La Junta Suprema de Venezuela envió a Bolívar a Londres para entrevistarse con Miranda, precursor de la Independencia desde antes de nacer el Libertador de América. Francisco de Miranda y Rodríguez no demostró ningún talento como estratega militar, pero como agente de la conspiración ni el cine ni la literatura le han hecho justicia aún. Nacido de padre canario y madre criolla, desembarcó en España cuando aún no había cumplido veintiún años de edad para ingresar en la carrera militar. En el Ejército nunca habían visto a un capitán de Infantería tan joven. Ni estudios previos ni práctica cuartelera, sino un enorme puñado de reales para salvar tanto inconveniente. Luchó en las colonias españolas de Melilla y Argel contra los árabes y en Nueva Inglaterra contra los ingleses (España apoyó a George Washington para debilitar a Inglaterra). Estudió historia, matemáticas, idiomas. Empezó a dudar de la religión y abrazó la política como medio de vida. Su vasta cultura; su labia con las mujeres y su mano izquierda con reyes y ministros lo convirtieron en un personaje sin parangón en el mundo de la diplomacia y los servicios secretos. Cobraba de Inglaterra, Francia, Rusia; Thomas Jefferson le presentó a un banquero para comprar armas y reclutar soldados con los cuales invadir Venezuela; espió para el virrey de México en Jamaica; hizo negocios de contrabando en Cuba. En Londres fundó la logia masónica del Supremo Consejo de América y en Rusia encandiló a la desaprovechada Catalina II (su marido, Pedro III el Tierno, dedicaba su tiempo libre a jugar con muñecas de trapo). Mimos y susurros a cambio de recomendaciones y dinero; también consiguió un pasaporte ruso a nombre de "monsieur Mirandow" (utilizado más tarde para huir de Francia cuando Robespierre quiso mandarlo a la horca). Miranda no paraba quieto ni un minuto, salvo cuando estaba encarcelado. En prisión conoció a Napoleón. El derrotado emperador de Francia dijo de Miranda: "Es un Quijote, pero no está loco". Su proyecto de independencia para Hispanoamérica comprendía desde México hasta el cabo de Hornos con un monarca inca coronando el nuevo Estado (San Martín propugnaba un rey europeo y Bolívar un presidente vitalicio). Confiaba demasiado en Venezuela como foco de la rebelión contra España. En 1806 organizó una expedición para conquistar Venezuela, pero estuvo merodeando por la costa menos de cuarenta y ocho horas. Salió huyendo porque ni la población se había sublevado contra España ni los ingleses acudieron para cubrir su desembarco. Estuvo a punto de caer prisionero de los españoles, si bien consiguió arribar a Londres, en espera de la segunda oportunidad. Bolívar se la ofreció en nombre de la Junta Suprema de Venezuela. Regresaron juntos a Caracas, y, en 1811, el Libertador de América proclamó en su presencia: "¿Qué nos importa que España venda a sus esclavos a Napoleón o los conserve para ella misma, desde el momento que nosotros estamos decididos a ser libres? Nuestras indecisiones son la triste consecuencia de las viejas cadenas. Nos dicen que los grandes proyectos tienen que prepararse con calma. ¿Acaso no bastan trescientos años de calma?". El I Congreso Venezolano aprobó la Declaración de Independencia y Miranda fue nombrado comandante jefe de las tropas republicanas por su fama como Precursor de la Independencia.
Tras una efímera campaña terrestre contra las posiciones españolas, no exenta de suspicacia entre algunos detractores de Miranda, el Precursor de la Independencia rindió sus tropas ante las huestes de Monteverde. Tuvo gran repercusión aquella capitulación porque los efectivos del Ejército republicano sumaban 5.000 soldados frente a los 4.000 hombres mandados por el capitán general de Venezuela. Negligencia o no, Miranda terminó sus días en los calabozos del arsenal de La Carraca, en la bahía de San Fernando, donde murió en 1816. Tras la rendición de Miranda, Bolívar huyó a Cartagena de Indias para organizar la contraofensiva. "Sólo la guerra podrá liberarnos de los españoles. Si disponemos de la mayoría, bien; pero si no es así, no transijamos, defendamos el terreno con las armas en la mano, aunque nos derroten. La derrota permite la recuperación, pero la capitulación es la pérdida del derecho a la propia defensa. Victoria absoluta o nada. Esta en mi bandera. ¡¡Guerra a muerte contra España!!". Un año después entró victorioso en Caracas para ser nombrado Libertador de América y dejar en libertad a los esclavos heredados a la muerte de su padre. Unos engrosaron las filas de la revolución y otros terminaron como soldados del rey Borbón o en manos de los capitanes negreros cuando trataban de huir de Venezuela. Lejos de Caracas, Bolívar encontró gran resistencia en la guerrilla dirigida por Boves. Ganó en Carabobo, pero sucumbió en Aragua. Más tarde, Caracas también cayó en manos de los realistas. Los principales héroes de la Independencia Española habían sido destinados a sofocar la Independencia de América. Mientras algunos guerrileros españoles contra Napoleón recibían honores por su defensa de la Madre Patria valiéndose del sabotaje o del asesinato (entre los terroristas hispanos destacaron Agustina de Aragón y Juan Martín Díaz "el Empecinado"), los rebeldes americanos estaban siendo masacrados por auténticas hordas de criminales. Es el caso de Boves, un marino mercante de origen asturiano. Se alió con los realistas en venganza por un viejo pleito con un terrateniente criollo. En el momento más floreciente de sus batidas contra los republicanos llegó a mandar un ejército de 10.000 hombres. Delincuentes, esclavos fugitivos y campesinos analfabetos provocaban el terror entre los criollos independentistas. Niños pasados a cuchillo; hombres empalados para servir de comida después a los buitres y mujeres violadas en grupo constituían el botín de la banda de Boves. En 1815, Fernando VII envió 15.000 hombres más bajo la dirección del general Morillo para "sanar definitivamente la discordia entre hermanos". Murió la cuarta parte de la población venezolana y Colombia quedó fuera de combate. Bolívar huyó a Jamaica.
En la isla no vio ningún indio (exterminados por los ingleses). Luis Brion, un rico naviero holandés, cuyo barco insignia llevaba el nombre de El Intrépido Bolívar, en homenaje al Libertador de América, puso a su disposición La Popa, un barco armado con hombres, fusiles y artillería ligera. Pero a media singladura hasta Cartagena de Indias, el barco cambió de rumbo porque los buques del capitán general de Venezuela habían salido en su busca. Si en Jamaica no vio ningún indio, en Haití tampoco. Sólo negros y mulatos. Negros esclavos de otros negros y mulatos tratando de rebelarse contra los negros mandones. Alexandre Petion, presidente mulato de una de las regiones de Haití, ayudó a Bolívar con armas y dinero. Pero el desembarco en Nueva Granada fracasó. Corría el año 1817 y Bolívar cambió de táctica: establecerse a retaguardia del enemigo en Los Llanos y abandonar la idea de hacerse fuerte en Caracas. El ejército de Boves comenzó a pasar apuros.
Negros en la costa e indios en las mesetas y en la
jungla amazónica. Nueva Granada (Colombia), convertida en virreinato debido a
su progresiva importancia y complejidad en la administración y defensa, había
hecho de Cartagena de Indias (calles empedradas, iglesias suntuosas y balcones
de madera tallada), el puerto donde los galeones estibaban el oro de los incas
rumbo a España. Bolívar siempre valoró la situación estratégica de Cartagena de
Indias para conquistar Bogotá y después liberar a Perú. En 1819, las tropas del
Libertador de América vencieron a los españoles en la batalla Boyacá como fase
previa a su entrada en Bogotá. Nació la República de Colombia (compuesta por
Nueva Granada, Venezuela y Ecuador), cuya presidencia recayó en el propio
Bolívar. Sucre (lugarteniente de Bolívar) desde el norte y San Martín desde el
sur trazaron un círculo de fuego alrededor de Perú. En Lima, una mujer
extraordinaria esperaba, sin saberlo ni ella ni Bolívar, la llegada del
Libertador de América para compartir juntos el último amor de su vida. Manuela
Sáenz Aizpurun no estaba presa de las joyas ni de los perfumes; vestía
pantalones y cabalgaba a horcajadas. Tampoco profesaba ninguna religión ni
creencias supersticiosas. A pesar de ser hija de un solemne magistrado de
Quito, llevaba el germen de la revolución en el alma. Bolívar no pudo encontrar
mejor compañera en Los Andes.
Mientras Bolívar se peleaba con Francisco de Paula Santander (vicepresidente de Nueva Granada) para recabar la declaración de guerra del Congreso de la República de Colombia contra el virreinato de Perú (Santander no había comprendido aún la necesidad de vencer a los españoles en Lima para evitar su posterior contraofensiva en Colombia), el general José de San Martín Matorras ya estaba en marcha. Se trataba de un militar experimentado en Orán, Rosellón y Bailén. Abandonó el Ejército de la corona española para integrarse en el movimiento pro independentista de Buenos Aires. Nombrado gobernador de Mendoza, dio paso a la organización del Ejército de los Andes (su mujer vendió las joyas para sufragar una parte de los gastos). Primero en Chacabuco y después en Maipú, consolidó la independencia de Chile y prosiguió hacia Lima, donde, en 1821, derrocó al último virrey José de la Serna Hinojosa. Los historiadores aún no se han puesto de acuerdo sobre la reunión mantenida en Guayaquil por San Martín y Bolívar sobre los planes de ambos. Pero San Martín retiró sus tropas de Perú y más tarde abandonó Buenos Aires rumbo a Europa "colmado de gloria", según sus propias palabras. La confusión originada en Perú la aprovechó José de la Riva Agüero Montealegre Aulestia para acceder a la presidencia de la república con el apoyo de los terratenientes, jerarcas eclesiásticos y militares de confianza. Querían la independencia de Perú, pero no la liberación del hombre. Deseaban terminar con Bolívar. En Trujillo, donde se habían replegado las tropas de los bolivarianos, Antonio José de Sucre y de Alda (un estratega singular y sin fisuras en su lealtad a Bolívar) y el Libertador de América planificaron la toma de Charcas (conocida como Alto Perú). En la batalla de Ayacucho, Sucre venció definitivamente a los españoles y Bolívar proclamó la independencia de Bolivia (Charcas) para no dejar en manos de la república corrupta de Perú las riquezas de Potosí: minas de plata, estaño, cobre, plomo, cinc… En la Casa de la Moneda de Potosí, los españoles habían escrito: "Hemos venido a servir a Dios y a labrar riquezas". Durante la colonización europea murieron ocho millones de mineros bolivianos. Hasta las herraduras de los caballos de los hidalgos importados estaban revestidas de plata. De regreso en la Gran Colombia, Bolívar quiso implantar la Constitución proclamada en Bolivia (un modelo de libertad y democracia en la época), pero ni en Venezuela ni en Nueva Granada tuvo fortuna. La Constitución bolivariana no le gustaba ni a los "charlatanes de Cristo" (como llamaba Bolívar a los ideólogos con sotana de Fernando VII) ni a los leguleyos ni a los criollos ricos. Enfermo y cansado después de tantos años de sangrienta revolución, emprendió su último viaje. La noticia del asesinato de Sucre y la tuberculosis acabaron con su vida el 17 de diciembre de 1830.
La historia de la
independencia de América del Sur está jalonada por mil traiciones, rebeliones,
deserciones. El caos y la discordia como banderín de enganche. "Entre los
resultados más generales de la Independencia debe señalarse la abolición de la
Inquisición y el establecimiento de la libertad de comercio (han escrito
Gustavo y Hélène Bey), pero estos cambios no afectaron profundamente a la
situación de las masa explotadas (incluso peor en algunos casos). La revolución
dejó intacto muchos privilegios sociales evocadores del feudalismo". Pero
la huella de Bolívar no se perdió. En 1966, Ernesto Che Guevara de la
Serna dio comienzo a la II Revolución Latinoamericana (ahora para lograr la
independencia del hombre). Eligió Bolivia como base de operaciones no por
casualidad: "La revolución no conoce fronteras geográficas. El campo de
batalla está en cualquier parte dominada por el Imperialismo". Bolivia,
esquilmada primero por España y humillada después por Argentina, Brasil, Chile
y Paraguay, estaba en aquella época bajo el mandato de René Barrientos Ortuño,
de origen indio. Pero la represión de la clase trabajadora india, del
campesinado indio, de la juventud india no estaba en tregua étnica. Soldados
indios mataron a Che Guevara.
LILIANA GONZÁLEZ INTERPRETE DE MANUELITA
"Bolívar hacía el amor de la misma forma que hacía la guerra: con una obsesión, una intensidad y una energía tales, que yo a veces temía estar a punto de morir a causa de su pasión. Durante esa primera noche que pasé con el general, ya era casi de madrugada cuando por fin sucumbimos al agotamiento. Yacimos entonces por horas, los cuerpos entrelazados, ambos en silencio, a duras penas respirábamos.
Me desperté alrededor del mediodía, aturdida; la sangre me latía de prisa en las venas, el corazón lo tenía tan agitado que escuchaba su compás. Estaba sola en la cama. ¿Y él dónde estaba? Me salpiqué agua en el rostro y me vestí. Cuando me preparaba para salir, uno de los ordenanzas del general golpeó la puerta. Me informó que El Libertador había salido para ocuparse de algunos asuntos. Había dejado instrucciones de que fuese conducida a casa en su carruaje oficial. De camino hacia la casa de mi padre, sentía que el aire que entraba por la ventana me vigorizaba… como si caminara por una montaña de los Andes.
A partir de entonces, empecé a contar las horas del día hasta la caída de la tarde, en anticipación del momento en que de nuevo yacería en la cama con él. Nuestro apetito del uno por el otro resultaba insaciable. A causa de mis experiencias tan decepcionantes con el sexo, temía que si me entregaba a él sin ninguna reserva, me iba a abandonar. Presintiéndolo, Bolívar se propuso conquistarme de cuerpo y alma. Todo aquello que ponía en su mira, ya fuese un país o una mujer, lograba subyugarlo, y no cejaba en su empeño hasta que así fuera.
Por primera vez, comprendí lo que era el fervor religioso, cómo los místicos se entregaban por completo a Dios: al capitular, encontraban una liberación que se superponía a todos los dolores del cuerpo y los anhelos del alma. Al someterme a él, encontraba consuelo en mi existencia.
Toda mi vida me había sentido atormentada, deseosa de escapar el presente, donde quiera que estuviese, incluso durante la época en que había ayudado a mi pequeña manera en la liberación del Perú. Por fin, podía decir que me sentía feliz donde estaba, incluso si aquello no podía durar mucho. Bolívar dedicaba sus días a los asuntos de Estado, pero las noches me pertenecían a mí. Nos dábamos cita en su cuartel general, y antes de terminar la primera copa, ya nos despojábamos el uno al otro de las ropas, tan impacientes por unir nuestros cuerpos que a veces hacíamos el amor en un sofá o en el mismo suelo.
Si comparábamos mi vida con la suya —él era casi veinte años mayor que yo— la mía parecía insignificante, como si apenas acabase de empezar. Con el paso de los días, le conté todo lo que valía la pena saber sobre mí. De manera particular él quería enterarse de cómo había sido mi infancia en Catahuango. Cuando surgió el tema de mi esposo, le expliqué que había sido un matrimonio arreglado por mi padre.
“Ya veo”, dijo Bolívar, y jamás volvió a preguntarme nada sobre James Thorne. Yo deseaba que Bolívar recreara para mí con lujo de detalles sus triunfos militares, sus heroicas campañas cuando atravesó los Llanos y los Andes, la derrota que le infligió al general Morillo, el enviado de la Monarquía española para pacificar a Venezuela y Nueva Granada, y quien había cometido atrocidades indescriptibles. (…) (…) Agotado de recibir personas, dictar cartas y de trabajar en su discurso de Ocaña, el general se sentaba conmigo en la terraza a la entrada de La Quinta, enfrente de la fuente, adonde patos salvajes se detenían para beber y juguetear alegremente en el agua antes de partir a los lugares donde anidaban. Mientras Bolívar y yo bebíamos té de hierbas, podíamos escuchar el murmullo de la fu te, inhalábamos el embriagante olor del romero que crecía junto al pórtico y observábamos los vívidos colores del atardecer sobre la sabana de Bogotá. El crepúsculo tenía un efecto relajante sobre los nervios de Bolívar y empezaba a preguntarme sobre mis actividades del día, y de esa manera, entablábamos una conversación, tan cómodos el uno con el otro, como si fuéramos una pareja de casados de muchos años. Muy pronto, el color retornó a sus mejillas y dejó de toser sangre. A medida que la salud de Bolívar mejoraba, en tardes soleadas nos bañábamos en el retirado estanque rodeado de altos helechos. Jonotás y Natán vertían agua caliente y le agregaban lavanda y otras hierbas medicinales que habían recolectado en las montañas o que habían comprado en el mercado a los médicos indios.
Solos en ese estanque, con Jonotás y Natán esperando tras los muros, a una discreta distancia, listas para traer cualquier cosa que el general y yo deseáramos, Bolívar me acariciaba, me besaba los senos, colocaba su boca en mis pezones erectos, apretaba mi excitado cuerpo contra su delgada humanidad, mientras yo le sobaba su espalda con un estropajo.
A medida que el general enjabonaba mis partes más íntimas, el amante que había en él regresaba y yo aprovechaba su erección para cabalgarlo como una sirena en el océano.
En mi vejez, durante aquellas sofocantes tardes de Paita, en medio de esas largas siestas donde hasta las moscas dormitaban, podía sentir los residuos del deseo agitarse por entre mis adoloridos huesos y coyunturas y recordaba cómo después de bañarnos en el estanque, nos dirigíamos a nuestro cuarto donde una jarra de espumoso chocolate reforzado con clavos de olor y canela nos aguardaba. Bebíamos el reanimante brebaje y hacíamos el amor.
No se trataba del acto sexual como en nuestros primeros años juntos, sino una especie de abrazo reposado y flexible, una comunión íntima. Bolívar exploraba mi cuerpo sin el ansia del deseo insatisfecho, me pasaba la mano como si fuera un objeto delicado del que conociera y apreciara todos sus detalles. Años más tarde, cuando no me quedaba más que hacer en Paita sino recordar, volvían a mi mente aquellos primeros meses que viví con Bolívar en La Quinta, como la mejor época de mi vida". (extracto de la novela y obra de teatro "Nuestras vidas son ríos" de Jaime Manrique, autor barranquillero).
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