CRÓNICAS DE RAFAEL SÁNCHEZ ARMAS

Husmeando en la sección de literatura canaria de la Biblioteca Pública del Estado, en Las Palmas de Gran Canaria, cayó en mis manos la obra "Cuéntame tu sueño erótico" de Isabel del Rosario Armas. Me llamó la atención el título y el apellido de la autora, sin duda una prima mía lejana porque el apellido Armas es único tanto en Canarias como en Cuba y Venezuela.

De pie, junto a la estantería, comencé a leer:

"Entro en la habitación con los ojos vendados. No veo nada; absolutamente nada. LLevo sujetador y braguita comestible"...

Oh, Dios Eros, mi prima me abrió el apetito. Tomé asiento y leí el libro de un tirón. Ella, mi prima Isabel del Rosario Armas, en la contraporta aclaró que el noventa y cinco por ciento de la novela se trataba de pura invención y el resto quizá real o fruto de la intuición (o sea que mi prima apostó por lo seguro por si las moscas después de mucho tiempo sopesando si publicar la obra o no). En la mojigata ciudad de Las Palmas de Gran Canaria de hace cincuenta o sesenta años la hubieran colgado del mástil de la maqueta de la carabela Santa María expuesta en el Museo Colón.

Una mujer y varios hombres en la misma cama: Número Uno, Amor Izquierdo, Amor Derecho, Bombero, Cónyuge, Don Tenorio, Poli. Nombres ficticios para "no ofender a nadie" advirtió Isabel del Rosario Armas en la solapa del libro.

¿Que te cuente mi sueño erótico? Soy de costumbres sencillas. Cuando salgo a la calle me chiflan todas las mujeres: blancas, negras, amarillas. Me casaría con todas pero la poligamia está penalizada y además es pecado mortal. Pero sí te puedo contar el sueño erótico de las dos novias de mi amigo Rosendo, oriundo de Buenos Aires (Argentina).

Rosendo, monógamo por naturaleza, trabajaba la mitad de la semana en una ciudad y el resto en otra distante a unos 500 kilómetros. En la ciudad A estaba sólo con Marta Lucía (nada de relajos extraconyugales) y en la ciudad B se dedicaba en cuerpo y alma a Gloria. A poco de conocerse, Marta Lucía le dijo que tenía una fantasía que ni siquiera a su difunto marido se la había confesado. Que Rosendo le pegara cuando ella estaba en pleno orgasmo. "No sé si podré hacerlo", musitó el galán. Pero estaba obligado para mantener la relación; de lo contrario ella buscaría un sustituto. Marta Lucía, de grandes tetas, no se excitaba con mordiscos ni chupetones, salvo en el cuello para dejar evidencia y que a la mañana siguiente sus compañeras de trabajo la vieran. Cosas de mujeres; nada del otro jueves por cierto. Ella, Marta Lucía, marcaba el paso de la coyunda. "¡Amor, ya me estoy corriendo! ¡Pégame! ¡Pégame mas fuerte! ¡Más! ¡Quiero más!". Nada de las habituales nalgadas, sino bofetones en la cara. Rosendo le cogió el gusto y hasta disfrutaba viéndola gritar como una posesa. La cara roja (encarnada se dice en Canarias salvo los godófilos o kakanarios de mierda) como un tomate murciano. Luego se enroscaban y dormían a pierna suelta hasta la madrugada cuando daban paso a la segunda cópula o ayuntamiento y para más tarde amanecer también con algo en la boca (los fines de semana el número de mantecados podían llegar fácilmente a media docena por jornada). Marta Lucía aún no había cumplido cuarenta primaveras y Rosendo pasaba del medio siglo.

Gloria también lo condujo por el camino de la fantasía. De pechos como manzanas su punto débil eran los pezones. "Me gusta que me muerdas y que me hales". Rosendo tuvo un momento de confusión la primera vez. Incluso se mostró pastoral. "¿No te hago daño? ¿No te duele?"... "Nooo"... "Necesito que me hales de los pezones con todas tu fuerzas". Rosendo puso empeño en la petición de su amada, y tiraba de los pezones como un niño caprichoso del vestido de su madre a la puerta de una dulcería. ¿Cómo y dónde se le despertó aquel deseo a Gloria nunca lo ha sabido? Hasta entonces las fantasías de algunas de sus antiguas novias había consistido en follar (joder, conejar) en compañia de otra mujer (Rosendo asegura que lo ha hecho en media docena de ocasiones pero nunca compartiendo una segunda pinga, verga o madero) o hacerlo en múltiples lugares públicos. Incluso en una ocasión a una se le antojó culear (joder, chingar) en una casa de putas. Ella se puso una minifalda y echó escalera arriba mientras los clientes del burdel no le quitaban la mirada de encima. Entraron en la habitación, y ella dijo: "¿Has visto cómo me miraban esos hombres?". "¡Eres una puta!" -respondió Rosendo según el guión pactado de antemano. "¡Pero yo sólo te amo a ti!". "¡Puta" -respondió empujándola sobre la cama. "Te voy a partir el culo por zorra". "¡Si! ¡Fóllame como quieras porque sólo soy tuya! ¡Soy tu puta!". Otra vez, aquella misma damisela habló de usar esposas y látigos. Se presentó delante de Rosendo con la intención de esposarlo, y con la fusta presta. "A mi no me amarras tú ni loco" -dijo él entre dientes. "Empiezo yo", dijo mirándola con lascivia y mojando su lengua entre los labios. Ella se tiro para atrás y se puso en cruz con las piernas abiertas. Rosendo no usó la esposas, sino una mano para sujetar las dos de Gloria. Ella forcejeaba para deshacerse como si su macho fuera un violador callejero, pero sólo podía mover las piernas. Rosendo intentaba besarla en la boca mientras hundía su otra mano en las cátaratas del Niágara. La "férrea" oposición de Gloria terminó cediendo por completo. Una vez más Rosendo se libró de ser esposado por aquel torbellino insaciable que sumó no menos de una docena de orgasmos seguidos. Una mujer inolvidable, sin apego a la rutina (preludio del fracaso matrimonial).

Todo marchaba sin novedad entre Rosendo y sus dos mujeres. Media semana en la ciudad A y el resto en la ciudad B junto a Gloria. Pero un día se confundió de lugar. Se había entrenado concienzudamente para satisfacer las necesidades de sus dos hembras según lo convenido sin meter la pata. Sin embargo aquella noche, mientras follaba con Gloria, y le tiraba de los pezones, le dio un bofetón como si estuviera con Marta Lucía. Gloria dio un brinco en la cama, y exclamó". ¡No me gusta que me maltraten!".

Colorín, colorado, como escribió mi prima Isabel del Rosario Armas, este cuento se ha acabado. ¡Dios, que bonito es el amor! Pero teniendo a mano un manual de geografía para no confundir Madrid con Barcelona ni "vicecerveza".

MORDIENDO LA FRUTA DEL PARAÍSO


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RAFAEL SÁNCHEZ ARMAS

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