Se conocieron por internet. Él estaba en Panamá y ella en Medellín. Luis Eduardo la telefoneó a los pocos días. Quedó prendado del acento de Olga Lucía, cadencioso, envolvente, acaramelado como el de todas las mujeres antioqueñas. Un mes después el avión donde viajaba Luis Eduardo aterrizó en el aeropuerto de Rionegro, a unos 40 kilómetros de Medellín. Se fundieron en un abrazo infinito. Durante el trayecto en taxi hasta Sabaneta no dejaron de sonreír entre besos y caricias. Luis Eduardo hundió una mano debajo de la falda de Olga Lucía, húmeda como una playa en bajamar. Apenas traspasaron la puerta del apartamento de ella, situada en una urbanización rodeada de montes y vegetación, los besos y caricias dieron paso a los gemidos, a la pasión desenfrenada.


-Vamos arriba -dijo ella.


A medio desvestir se tumbó en la cama; abrió las piernas y miró con lascivia a su acompañante. Él la besó en el tanga, debajo del tanga, sin tanga. Ella gritaba entre retortijones.


-¡Clávame! -exclamó.


Luis Eduardo, vestido aún, se acercó a su cara. Dijo:


-Mira qué regalito tengo para ti.


Las manos de Olga Lucía, temblorosas, se apresuraron a bajar la cremallera del pantalón; buscó al otro lado de la frontera, agarró el regalito y se lo llevó a la boca. Más de una hora de fuego devorador; después se quedaron profundamente dormidos, ella con la cara recostada en el pecho de Luis Eduardo y él rodeándola con sus brazos.


Permanecieron juntos una semana. Cuando se despidieron, ella rompió a llorar: "No me dejes sola en Medellín, quiero volver a verte". Casi quince años los separaba, pero Luis Eduardo se enamoró como un mozalbete; sólo pensaba en ella. En el banco donde trabajaba en Panamá solicitó un puesto como inspector para visitar las oficinas en Costa Rica y Colombia, un trabajo repudiado entre los demás empleados por la prolongada ausencia de sus familiares. Olga Lucía y Luis Eduardo se comprometieron. Vivían juntos aun cuando él no estaba siempre en Medellín. Almorzaban cerca de La Alpujarra, centro administrativo, político y judicial de la región donde se ubicaban la Gobernación de Antioquia, la Alcaldía de Medellín, los juzgados y tribunales de Justicia, la Asamblea Departamental, y por las tardes él la esperaba en la plaza contemplando el trajín de la gente y el sobrevuelo de los aviones con dirección al segundo aeropuerto de Medellín, en medio de la ciudad. Cuando ella abandonaba el Departamento de la Gobernación y sus miradas se cruzaban a muchos metros los ojos de ambos se iluminaban con una sonrisa interminable. Juntos regresaban a Sabaneta. De noche, de magrugada, por la mañana. El fuego entre ambos, lejos de aplacarse, iba en aumento También el amor, la ternura, el cariño. Noches idílicas contemplando los relámpagos, escuchando la lluvia; también la luna, sonriente, cuando de vez en cuando pasaba delante de la ventana del dormitorio. Las montañas a lo lejos, en el horizonte abatido por la penumbra, y ellos acodados en la ventana; muchas veces, él con su regalito entre las piernas de Olga Lucía, ella con la mirada perdida. Bonita, hermosa, lozana, rondaba los cuarenta años de edad. Pero a veces aparentaba menos de la mitad, una niña traviesa. Aquella noche, Luis Eduardo le contó la parranda entre dos enamorados en el hotel donde se hospedó en Costa Rica. "No me dejaron dormir toda la noche; cada orgasmo terminaba con un grito de ella: ¡Te amooo!"... Olga Lucía, esa noche, después de uno de sus tantos orgasmos, exclamó entre carcajadas: "¡Te amooo!"... "Calla, loca, que los vecinos van a llamar a la policía".


Luis Eduardo, además de inspector en el banco, escribía cuentos eróticos; algunos fueron publicados en varios portales de internet. Una noche, Olga Lucía estaba leyendo uno de esos relatos cuando sonó el teléfono, una llamada desde Costa Rica.


-Hola, cariño -habló Luis Eduardo.


-Amor, estaba leyendo "Confesiones de una sumisa en la cama". Estoy temblando, mojada, necesito verte ahora mismo.


-Pero, cariño...


-Háblame como el macho de esa mujer sumisa, quiero tocarme mientras te escucho.


-Pero, cariño...


-¿Sabes? Quiero ser tu puta, y tú mi amo, mi macho, mi dueño. Quiero que me pegues en la cama, que me humilles, que me azotes como en tus cuentos eróticos.


A la pasión y el amor se unió una nueva forma de sexualidad. Ella, una mujer independiente, emprendedora, con mucho carácter y decisión para encarrilar su vida y sacar adelante a su hijo, una persona responsable y considerada en su trabajo, de repente, descubrió su lado más desconocido, y se convirtió en una "sumisa" de su "amo" en la cama. Dos razones jugaron a su favor, que Luis Eduardo no era un maltratador (el maltratador odia a las mujeres y sin embargo el "amo" las venera) y que además era su pareja, su amor, una garantía para saberse segura entre sus manos.


Un antifaz, dos esposas y una fusta pasaron a ser los juguetes preferidos en sus relaciones sexuales. Ella los guardaba en un cofre bajo llave para evitar la novelería del hijo, menor de edad.


-¡Golfa! ¡Zorra! ¡Ninfómana! Te he dicho que no mires a ningún hombre.


-Mi amo, lo hice porque tú no estabas.


-¡Te voy a pegar por puta!


-¡Siii! Pégame, me lo merezco. Amárrame y azótame.


-Te vendaré los ojos, golfa.


-¡Siii!...


La motivación del sadomasoquismo no estriba en la violencia (consensuada siempre, y nunca extrema), sino en la fantasía del adulterio, la violación, la humillación. Una mañana, ambos estaban en el baño; ella se puso de rodillas para meterse en la boca el regalito de Luis Eduardo.


- ¿Quieres que orine en tu boca?


- ¡Siii!...


Ese día echaron abajo otra frontera más en su relación de dominio. Pasaba el tiempo y la dependencia de ambos se agigantó. Para Luis Eduardo, tan enamoradizo, tan mujeriego, no pasaba por la cabeza acostarse con nadie más; se transformó y sólo miraba a través de los ojos de Olga Lucía. Entre sábanas se comportaban como salvajes; fuera de la cama daban envidia, siempre arrobados, siempre de la mano. Pero el Diablo los acechaba, y se presentó. Dos años juntos cuando a la vuelta de una de sus ausencias, casi dos meses fuera de Colombia, Luis Eduardo se presentó en La Alpujarra para recoger a Olga Lucía. Ella hablaba animadamente con un caballero de poblada melena y porte atlético. En ningún momento dejaron de sonreír. El acompañante de Olga Lucía, a tres metros de Luis Eduardo, se despidió de ella con un tono muy cariñoso:


- Que descanses.


Ella se giró para su "amo" y dijo:


-¿Qué más?


"¿Qué más?" y "¿qué hubo?" son expresiones habituales en Medellin para saludarse entre amigos. ¿Cuándo se habían saludado ellos de esa forma tan distante? Luis Eduardo reaccionó con la frialdad de un témpano de hielo. ¿Qué estaba pasando? Encaminaron los pasos hacia la calle de San Juan para coger un miniautobús en dirección a Cabañitas, donde ahora vivían.


-Todos van muy llenos -dijo ella-. ¿Por qué no cogemos el metro?


Luis Eduardo no le dio tiempo a repetirlo. Subió en un minibus con dos plazas desocupadas. Tomó asiento delante y dejó el puesto de atrás, apretujada entre dos caballeros, para Olga Lucía. Durante el trayecto hizo recuento. A poco de conocerse, él descubrió una segunda cuenta de ella en un portal de contactos.


-¿Por qué tienes otra cuenta?


-No es verdad, amor, y borré la única que tenía.


-¿Seguro?


-Seguro, amor.


Luis Eduardo encendió el PC, buscó la página de contactos donde se conocieron y abrió un perfil falso. Como correo electrónico de contacto puso el correo institucional de Olga Lucía en el Departamento de la Gobernación de Antioquia. La página de contactos lo rechazó porque esa direccion ya estaba ocupada por otro perfil. Ante la evidencia, Olga Lucía accedió a mostrar su otra cuenta, abierta simulando ser una mexicana.


-¿Por qué me has mentido? -preguntó Luis Eduardo.


-No sabía si lo nuestro iba a funcionar o no.


Esa anécdota quedó olvidada, pero un tiempo después, sucedió otro hecho. Ella se había dejado olvidado un rollo de fotografías ya reveladas en un mueble. Luis Eduardo lo miró al trasluz y descubrió varias fotografías de una fiesta o reunión. Entre ellas, vio a Olga Lucia sentada junto a un caballero con intención de besarla. Le preguntó y ella contestó:


-Amor, se trata de una reunión del sindicato.


-¿Cuándo fue eso?


-Antes de conocerte.


-No dice eso las fechas de las fotografias.


-Bueno, sí, hace como dos meses.


-Ya estábamos juntos ¿verdad?


-Sí.


-¿Y ese tipo tratando de besarte?


-Es un compañero muy bromista, está casado.


-¿Y qué pretendes decirme con eso de que está casado?


-Se sentó a mi lado.


-Creo que fue al revés, que tú te sentaste a su lado porque él está en el extremo del sofá.


-¿Ves como no puedes beber? Pierdes el tino.


Luis Eduardo descubrió la mala bebida de ella en una reunión política celebrada en un restaurante de Santa Helena, en Envigado, donde Olga Lucía acompañó a una compañera del trabajo para hacer proselitismo por el más tarde presidente de la Cámara de Representantes, Oscar Arboleda Palacio, condenado también por paramilitarismo. Luis Eduardo permaneció toda la jornada en un lugar discreto, sin vinculación alguna con aquel acto político. En una de esas, Olga Lucia vino a verlo, estaba eufórica porque era la admiración de un grupito de participantes. Luis Eduardo le puso toda la atención. Ella, en la barra de una especie de cantina, rodeada de hombres y alguna señora. No dejó de tomar en ningún momento. Llegó la hora de regresar a Medellín. En el coche de la compañera, Olga Lucía, con una botella de ron, pensaba seguir bebiendo.


-Deja de tomar -dijo él.


Olga Lucía no estaba en el mundo para obedecer, quiso seguir empinando el codo. Luis Eduardo le arrebató la botella y la arrojó por la ventanilla del coche. Cuando llegaron a Sabaneta, le dijo: "Nunca más vas a ir a ninguna reunión política o sindical; no sabes beber y no quiero que tengamos un disgusto". En uno de los regresos de Luis Eduardo a Medellín le sorprendió la noticia de un acto organizado por una asociación de funcionarios judiciales en San Jerónimo, un municipio antioqueño. Olga Lucía ya había pagado la preinscripción.


-¿Cuánto tiempo va a durar el congreso? -preguntó él.


-Un fin de semana -respondió ella.


-San Jerónimo queda muy lejos para venir a domir a casa y volver a la mañana siguiente.


-Es que la organización ha alquilado un hotel para los participantes.


-No vas a ir.


-No me devolverán el dinero de la preinscripción.


-Más perdio España en la guerra de Cuba.


Llegaron a Cabañitas y en silencio se dirigieron a la casa. Esa noche, Olga Lucía abrió el cofre de los juguetes eróticos, y sacó el antifaz, las esposas y el látigo.


-Guárdalo todo -ordenó él.


-¿No vamos a jugar como siempre?


-Esta noche veremos una película.


Olga Lucia boca abajo y Luis Eduardo cabalgándola por detrás.


-Mira la película, quiero que te imagines que follas con el protagonista y yo con ella.


-Quiero que me pegues -dijo ella -. Soy tu puta, tu esclava.


-Quiero que te imagines que lo haces con ese actor.


Luis Eduardo, después de su rápido orgasmo, se apartó bruscamente de Olga Lucía. Se quedó mirando fijamente al techo.


-¿Qué te ocurre? -dijo ella.


-Mañana me voy; no volveremos a vernos.


Ella pareció aturdida, con el semblante desencajado. Dijo tímidamente:


-No me dejes. Él no volvió a hablar; Olga Lucia se acostó en otra habitación. A la mañana siguiente, Luis Eduardo no le preparó el desayuno como siempre. La escuchó cerrar la puerta y la observó tras los visillos cómo se alejaba calle abajo en dirección a la estación del metro. Un nudo se le hizo en la garganta. Estaba despidiéndose de la mujer más importante de su vida. En la cocina leyó una carta de Olga Lucía. Terminaba así: "Gracias por tanto amor". Luis Eduardo se dirigió a Rionegro. Aquella noche durmió en Panamá.


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RAFAEL SÁNCHEZ ARMAS

AGENCIA BK DETECTIVES ASOCIADOS

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