GUERRA DE MALVINAS 25 AÑOS DESPUÉS
Por Rafael J. Sánchez Armas


El conflicto armado entre Argentina y Gran Bretaña hundió sus raíces en la otrora rivalidad imperialista entre los españoles e ingleses por la soberanía de las islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur. Después de la independencia de España, Argentina reivindicó sus derechos hereditarios sobre los tres archipiélagos por haber pertenecido a la corona española hasta 1816. Fundamentalmente el archipiélago de Malvinas es de vital importancia geoestratégica por su cercanía al cabo de Hornos (la llave del Pacífico, como lo definió lord Egmont en 1766) y al continente de la Antártida, previsible fuente de materias primas en un futuro no muy lejano.


En 1965, la ONU dictó la resolución 2065 instando a Gran Bretaña y Argentina a dirimir definitivamente sus reivindicaciones ante el Comité de Descolonización. Más de quince años después, las negociaciones continuaban empantanadas. Antes de romperse las hostilidades, el Almirantazgo británico había decidido desprenderse de los portaaviones "Invencible" y "Hermes". Por su parte, Argentina esperaba la entrega de nueve aviones Super Etendard y varios misiles Exocet AM-39; veintidós cazabombarderos Mirage III; cuatro fragatas armadas con lanzacohetes; tres submarinos; aviones de reconocimiento… También tenía prevista la creación de una brigada de montaña. ¿Qué hubiera sucedido de haberse invertido los plazos? Algunos analistas lo dijeron en su momento: quizá el estallido de la III Guerra Mundial si los submarinos atómicos británicos hubieran atacado con misiles los objetivos estratégicos de Comodoro Rivadavia, Córdoba o Buenos Aires. Pero la precipitación condujo al desastre y la Junta Militar argentina, despreciando los más elementales principios de la estrategia, arrastró al Ejército contra la apabullante logística británica.


El 19 de marzo de 1982, varias decenas de chatarreros argentinos desembarcaron en Georgias del Sur para desmantelar una antigua factoría de ballenas. Izaron la bandera de la república del cono sur. No fue un acto inocente o involuntario. El Gobierno de Margareth Thacher ordenó al buque "Endurance" poner rumbo a Leith Harbour con el fin de expulsarlos. La respuesta no se hizo esperar en la Casa Rosada. Galtieri, jefe de la Junta Militar argentina, sin contar con el ministro de Defensa ni con el Estado Mayor del Ejército (todo un presagio en cuanto a desorganización), dio luz verde a los planes para "proteger" a los chatarreros. El 28 de marzo, en el más absoluto secreto, zarpó de Puerto Belgrano una escuadra encabezada por el portaaviones "Veinticinco de Mayo". Horas antes de aproximarse al teatro de operaciones, un satélite de reconocimiento de la NSA dio la alarma en Washington. Reagan telefoneó urgentemente a Galtieri. Pero la llamada no surtió efecto y el "Bahía Polar" desembarcó un grupo de infantes de Marina en Leith Harbour. Había comenzado la "Operación Rosario".


El 2 de abril, Galtieri, asomado a uno de los balcones de la Casa Rosada, provocó el delirio de la multitud. "¡Argentina ha recuperado para siempre las islas Malvinas!". El desatino y la soberbia prendieron entre los militares y los ciudadanos. Nunca creyeron en la derrota porque jamás creyeron en la guerra como respuesta británica porque "no había logística capaz de salvar con fortuna los 15.000 kilómetros de distancia entre Gran Bretaña y el sur del Atlántico"… No cundió el pesimismo ni siquiera muy lejos de Argentina. Baste si no echar un vistazo a las hemerotecas españolas: ni un analista en geoestrategia apostaba un céntimo por una supuesta represalia británica.


Sin embargo, la flemática Margareth Thacher convocó el gabinete de guerra y puso en marcha la "Operación Corporate", como fue bautizada la misión de recuperar las islas Fakland. Entretanto, el Consejo de Seguridad aprobó la resolución 502: cese de las hostilidades; retirada de las fuerzas argentinas y solución negociada. Argentina dio un portazo. Gran Bretaña rompió las relaciones diplomáticas; ordenó el embargo económico y dispuso el bloqueo naval. La CEE; la Commonwealt y Japón apoyaron tales medidas, aunque EEUU trató de mediar entre sus dos aliados (Gran Bretaña en el marco de la OTAN y Argentina como base operativa contra el comunismo en América Latina). El general Haig, ex comandante jefe de la OTAN, anduvo más de una semana entre Buenos Aires y Londres recalando entremedias en Washington. Terminó extenuado y sin cartas para seguir jugando. Claudicó ante la mutua intransigencia de Galtieri y "la dama de hierro". En el ínterin, los dos bandos no habían perdido el tiempo. Ante la noticia de la "Operación Corporate", Argentina fortificó Port Stanley, la capital de Soledad, una de las islas de Malvinas. Cerca de 10.000 hombres y más de 6.000 toneladas de material bélico desembarcaron los aviones Hércules C-130 del Ejército del Aire y los Boeing-707 de Aerolíneas Argentinas. Salvo los buques Formosa y Río Carcarañá, ningún barco más se atrevió a cruzar los límites de la zona del bloqueo marítimo: los submarinos británicos cargados con misiles de ojivas atómicas no iban a andarse con chiquitas como pudo comprobarse tras el hundimiento del crucero "General Belgrano".


En la órbita de América Latina (con la excepción de Chile), Argentina parecía bien pertrechada diplomáticamente. Su principal baza descansaba en el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (un convenio de cooperación militar contra la presencia de la URSS en Cuba). Teóricamente, EEUU debería acudir en defensa de Argentina si Gran Bretaña iniciaba el ataque por tratarse de un país americano. Craso error. Los yankees no sólo iban a lavarse las manos, sino a facilitar el camino a la Task Force mediante el apoyo de comunicaciones y suministros. El 28 de mayo, ya en el fragor de la guerra, la asamblea general del TIAR condenó a Gran Bretaña; exigió el levantamiento del embargo a la república Argentina y pidió la suspensión de la ayuda norteamericana a Gran Bretaña. El representante de EEUU se abstuvo en la votación.


El 5 de abril partió el grueso de la Task Force desde Portsmounth, al sur de Inglaterra. La expedición fue despedida por banderas, pancartas y sirenas de barcos. Jubilosas damas blandieron sus sujetadores para deleite de guerreros y mirones. Más de cien buques y treinta mil soldados con destino a la isla de Ascensión (compartida por los ingleses y norteamericanos), a medio camino entre Gran Bretaña y Malvinas. Wideawake se iba a convertir en la base operativa de los bombarderos Vulcan y los aviones Victor. En el apogeo de la guerra se contabilizaron más de trescientas operaciones diarias de aterrizaje y despegue.


El 7 de abril, el general Menéndez tomó posesión como gobernador militar de Malvinas. La guarnición quedó dividida en tres agrupaciones: Port Stanley, Darwin y Gran Malvinas. La capital del archipiélago, situada en el NE de la isla de Soledad, recibió el grueso de las fuerzas (Brigada de Infantería X, un grupo de Artillería, una compañía de Ingenieros y el Destacamento de Caballería 181). La Brigada de Infantería III ocupó Darwin y Gran Malvinas. Ante la gran extensión de la costa, con innumerables bahías y ensenadas y susceptibles de ser aprovechadas para desembarcos anfibios, el Centro de Operaciones y Comando argentino decidió fortificar Port Stanley, así como ordenó la distribución y misión de cada unidad de la guarnición. Entre las previsibles cabezas de playa de la Task Force, la orden 01/82 del COC no señalaba la playa de San Carlos, situada en el estrecho del mismo nombre, cuyas condiciones geográficas no podían ser más idóneas para buscar refugio los buques británicos frente a los misiles disparados por los aviones Super Etendar argentinos. El Estado Mayor no tuvo en cuenta la playa de San Carlos ni ordenó minarla.


La naturaleza de las islas y la enorme distancia del continente americano dificultaban las maniobras terrestres de las fuerzas argentinas, condicionadas por la maniobra estratégica de carácter fundamentalmente aeronaval, aunque paradójicamente Argentina no contaba con un número suficiente de barcos y aviones para contrarrestar la potencia de fuego de la Task Force, y mucho menos después del bloqueo naval. El hundimiento del crucero "General Belgrano" sacó de dudas a las fuerzas argentinas sobre su vulnerabilidad. De ahí su estrategia de fortificar Port Stanley y mantener una defensa estática de sus posiciones. Pasividad frente a la iniciativa británica.


Navegando sin prisa, pero sin pausa, la Task Force arribó al teatro de operaciones. El almirante Wold desvió una flotilla hacia las islas Georgias del Sur. Desde el punto de vista de la maniobra táctica, el archipiélago carecía de interés para el desenlace de la guerra por su lejanía del continente, pero su fácil recuperación iba a servir para disminuir la moral de las tropas argentinas acantonadas en Malvinas. Un submarino, un destructor, dos fragatas y un petrolero enfilaron rumbo a Port Leith. El primer objetivo fue dejar fuera de combate al submarino argentino "Santa Fe". En Georgias, las condiciones meteorológicas no invitaban al embeleso y la mar levantaba olas de cinco metros. Varios heridos y la baja de dos helicópteros necesitó el Regimiento 22 del SAS para alcanzar el glaciar Fortuna, donde los soldados británicos aguardaron la llegada de quince comandos del Special Boat Service. Coser y cantar. El jefe del destacamento argentino, el teniente de navío Alfredo Astiz, célebre durante la guerra sucia contra los montoneros, no dudó en firmar la rendición.


Concluida la primera batalla, los británicos iniciaron la segunda fase de la "Operación Corporate": la toma de Port Stanley. El 1 de mayo, varios grupos del SAS y del SBS desembarcaron clandestinamente en la isla de Soledad con la misión de recopilar y transmitir cuanta información concerniera al número de soldados argentinos, su distribución y su equipamiento. Aquella noche, desde la isla de Ascensión despegaron varios aviones Vulcan con la misión de ablandar las posiciones en Port Stanley. Uno tras otro dejaron caer toneladas de bombas sobre la capital de Malvinas mientras las sucesivas oleadas de aviones Sea Harrier, procedentes del portaaviones Invencible también contribuyeron a la vigilia de las tropas argentinas. Bombas desde el aire y cañoneo desde los buques de la Task Force. Port Stanley se convirtió en un infierno de ruido y fuego.


Antes de arribar la flota británica al teatro de operaciones, en la Escuela de Infantería del Ejército argentino, el mayor Castagneto recibió la orden de organizar la Compañía de Comandos 601, una unidad de élite para efectuar patrullas de reconocimiento y combate: infiltraciones, sabotajes, emboscadas. Los comandos disponían fusiles de asalto FN FAL y M-16; ametralladoras MG; lanzacohetes; morteros; pistolas; trajes mimetizados… Constituyeron la envidia de los soldados de reemplazo destinados en Malvinas, equipados con el uniforme convencional y simples petates. A mediados de abril, la plana mayor de la Compañía de Comandos 601 se desplazó a Port Stanley. La situación de la guarnición de Malvinas dejó patidifuso al mayor Castagneto: una gran parte de los vehículos y material aparecía amontonado entre el camino desde el aeródromo hasta la capital por falta de camiones, grúas y carretillas para transportarlo y almacenarlo. Tampoco los misiles Blow Pipes no habían llegado a su destino porque en la Brigada de Infantería X ningún artificiero sabía manejarlos. El capitán oficial de Inteligencia de la Compañía de Comandos 601, durante una visita a la División de Inteligencia del Estado Mayor de la Agrupación Malvinas, puso en evidencia los planes defensivos de Port Stanley, orientados únicamente a repeler un ataque anfibio. En el supuesto de sufrir un ataque terrestre, y ante la ausencia de carreteras y la inoperancia de los helicópteros del Batallón de Aviación 601, la defensa de Port Stanley quedaba a merced de una resistencia numantina, sin capacidad de iniciativa y sin poder recibir refuerzos en hombres, armas y suministros desde el continente. No surtió efecto su observación. También cayó en saco roto su crítica sobre la inexistencia de alambradas delante de las líneas defensivas y la situación de las trincheras, anegadas por la lluvia. El gobernador militar apenas había explorado los alrededores, cómodamente refugiado en el cuartel general. La plana mayor retornó a Buenos Aires, donde el mayor Aldo Rico, célebre años después por sus asonadas contra el presidente Alfonsín, había sido nombrado jefe de la Compañía de Comandos 602. La tercera compañía no llegó a entrar en combate.


En el ayuntamiento de Port Stanley, donde los malvinenses contaban con una biblioteca pública, el general Parada instaló el Centro de Control y Comunicaciones del Comando. A cualquier hora, tanto los ciudadanos como los oficiales de Inteligencia y los jefes de la Brigada de Infantería III, cada uno a lo suyo, se cruzaban dentro del Ayuntamiento. Uno de aquellos ingenuos lectores de la biblioteca resultó ser un agente del Special Air Service, desembarcado en la isla a principios de mayo. Formaba parte de una sección infiltrada en la isla con el objetivo de allanar los obstáculos a las tropas anfibias próximas a desembarcar. Los comandos británicos descubrieron con jolgorio la ausencia de minas en el estrecho de San Carlos. Tampoco había tropas en las inmediaciones. Únicamente la base aeronaval de Pebbe Island amenazaba la operación de desembarco, pero el 14 de mayo, cuarenta y cinco comandos del SAS, transportados a bordo de tres helicópteros Sea King, destruyeron en un santiamén las instalaciones y un escuadrón de aviones Pucará. Desde entonces, los buques de la Task Force no dejaron de distraer la atención de los argentinos acerca del verdadero punto del desembarco. El 20 de mayo, el contraalmirante Woodward, tras consultar con el cuartel general de Northwood, en Londres, ordenó a una flotilla dirigirse hacia San Carlos. Aprovechando la oscuridad de la noche, cientos de hombres ganaron la playa a bordo de lanchas de desembarco y procedieron a construir una pista de aterrizaje para los aviones de despegue vertical. Cumplieron al pie de la letra con los tres principios básicos de la estrategia: sorpresa, rapidez y decisión. Con las primeras luces del alba, un centinela argentino dio la alarma al jefe de la Sección Tercera de la Compañía de Comandos 601. El teniente primero Esteban no dudó ni un segundo en encender la radio Yaesu BLU 500: "¡Llamando al cuartel general, llamando al cuartel general! ¡Desembarco enemigo! ¡Decenas de buques, helicópteros y lanchas! ¡Solicito apoyo de la Aviación!". Tras un breve rifirafe entre los comandos argentinos y las tropas británicas, el teniente primero Esteban replegó su unidad tierra adentro. Mientras, en Gran Malvinas, permanecía inmovilizado el resto de la compañía por falta de medios de transporte.


Durante cuatro días, las oleadas de aviones Skyhawk, Mirage III y Dagger argentinos, procedentes de las bases continentales, descargaron miles de toneladas de bombas sobre la flotilla. Los aviones, volando en silencio radio a nivel del encrespado mar para no ser detectados por los radares enemigos, penetraban entre las paredes rocosas del estrecho de San Carlos y remontaban la cota segundos antes de avistar a los buques británicos, justo con el tiempo de soltar las bombas y girar en redondo. La falta de dispositivos electrónicos para detectar a los aviones Sea Harrier y Harrier GK británicos, y la limitación del combustible para regresar a las bases distantes mil kilómetros, obligaban a los pilotos argentinos rehuir el combate con los aviones enemigos. La pericia suplió la falta de medios y varios buques de la Task Force naufragaron o quedaron inservibles. El comportamiento de los aviadores argentinos deparó grandes elogios en la prensa internacional.


Consolidada la cabeza de playa, la ofensiva británica centró todos los esfuerzos en Darwin y Port Stanley. El hundimiento del "Atlantic Conveyor" originó la baja de dos escuadrones de helicópteros de transportes, cuya pérdida dificultó la ofensiva a campo a través sobre rocas y turba. El 9 de junio, sometido Port Stanley a una maniobra envolvente, el general Daher, jefe del Estado Mayor de la guarnición de Malvinas, viajó a Buenos Aires. Con carácter perentorio, solicitó combustible, víveres, repuestos para las armas y munición del calibre 155 mm para la artillería de campaña. El Centro de Operaciones Conjuntas prometió estudiar la situación, pero tanto el bloqueo naval como el dominio aéreo de los británicos conformaban un dilema, pues los barcos y aviones argentinos contaban con menguadas posibilidades de transportar los suministros. El 14 de junio, cuando el jefe del Estado Mayor de la Agrupación Malvinas terminaba de emprender regreso a las islas, recibió la noticia por radio: el general Menéndez y el general Jeremy Moore firmaron la rendición de las tropas argentinas. El avión del general Daher dio media vuelta y aterrizó en Comodoro Rivadavia. La precipitación y la desorganización habían sucumbido ante el derroche de fuerza del colonialismo. Diez años más tarde, Sadan Hussein tropezó con la misma piedra. De nuevo triunfó la logística.

OPERACIÓN DE SABOTAJE EN GIBRALTAR

OPERACIÓN BAJO SECRETO

UN PERSONAJE ROCAMBOLESCO

BUQUE DE GUERRA SANTÍSIMA TRINIDAD

MONTONEROS COLABORARON CON LA JUNTA MILITAR

CHIVATO AL SERVICIO DE LA TEMIBLE DICTADURA

GOBIERNO ESPAÑOL PERMITIÓ LA IMPUNIDAD

CALVO SOTELO JURANDO EN VANO LA CONSTITUCIÓN

UNASUR RECLAMA LA SOBERANÍA ARGENTINA

ISLAS MALVINAS TREINTA AÑOS DESPUÉS

SITUACIÓN ANACRÓNICA SEGÚN VICEMINISTRO CHILENO

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FUNDACIÓN ISLAS MALVINAS

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RAFAEL SÁNCHEZ ARMAS

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